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6 jul 2012

El silencio del Padre

“El dolor de Jesús, aquella noche, aumentaba en intensidad al comprobar la indiferencia de sus discípulos. Ellos ni siquiera podían ayudarlo a orar, dormían como si nada anormal estuviese sucediendo.
¡Ironía de la vida! En
el mar de Galilea, una noche, Jesús dormía mientras ellos se desesperaban. ¿Cuál era el motivo de su desesperación? ¡Una simple tormenta!
Pero, ahora que el clímax
de la tormenta cósmica
se avecinaba y que el destino de la humanidad estaba en juego; ahora, que la vida eterna, y no sólo la mezquina vida terrenal, estaba por ser decidida, ellos dormían. ¿Te das cuenta cómo los seres humanos valoramos las cosas y las situaciones?
¡Que Dios tenga misericordia de nosotros!
Al verse solo, Jesús, aquella noche, oró a su Padre, y aparentemente no obtuvo respuesta. Su oración fue:
“Padre, si puedes, pasa de mí esta copa,
pero no sea hecho conforme a mi voluntad sino a la tuya”.
El cálice, o copa, es usado en la Biblia, a veces, como un símbolo de las bendiciones divinas, y otras como símbolo de la ira de Dios. En el Getsemaní,
con toda seguridad, el cálice de Jesús era la más grande bendición que el ser humano podría recibir. ¿Por qué? Porque Jesús estaba recibiendo la ira de Dios, provocada por nuestro pecado; estaba ocupando nuestro lugar.
Éramos nosotros sobre quienes el cálice de la ira divina debería ser derramado. Pero, el Señor Jesús, te amó tanto que entregó su vida para ocupar tu lugar.
¡Qué bendición!
Jesús oró, aquella triste noche, y aparentemente no recibió respuesta de su Padre; aparentemente, porque el silencio del Padre fue su respuesta: no había otra manera de salvar a la humanidad; no había otra salida. En aquel momento, en
las manos de Jesús estuvo nuestro destino: dependía de él. Si lo hubiese querido, habría podido retornar al cielo, y estaríamos perdidos para siempre…
¿Eres tú capaz de entender el silencio divino? Ora a Dios, y confía en él. Ora mucho, y que la triste historia de los discípulos no se repita:
“Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro:
¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”.

Alejandro Bullón, Plenitud en Cristo, p. 242